Vivimos en un cuerpo que se regenera constantemente. Nuestro cabello, uñas, piel, huesos, sangre… todo en nosotras y nosotros está en movimiento, transformándose, liberando lo viejo para dar paso a lo nuevo. La biología ya no lo niega: el cuerpo humano es un milagro de renovación. Cada célula, cada tejido, cada órgano tiene un ciclo que se repite una y otra vez. Entonces, la pregunta es inevitable: ¿Y si este cuerpo fuera capaz de vivir tanto como decidamos vivir? ¿Y si la muerte no fuera un destino biológico, sino una programación mental? ¿No llevamos en nosotras mismas el soplo de la divinidad, con todos los atributos del Creador? Desde la Física Mental sostenemos que el ser humano muere porque se prepara para morir. Lo entrena. Lo espera. Lo imagina. Lo teme. Lo visualiza. Lo convierte en su única certeza. Y así, lo crea. Su mente subconsciente ha sido entrenada generación tras generación para ver la muerte como lo inevitable. Pero, ¿y si no lo fuera? ¿Y si la inmortalidad no...
En un mundo donde la espiritualidad resurge como un faro de esperanza, emerge también un desafío profundo: cómo discernir entre prácticas auténticas y aquellas que, bajo la apariencia de luz, perpetúan las heridas humanas. Temas como las prácticas tántricas, el concepto de alma gemela, la sagrada dualidad y la energía kundalini cobran una relevancia única, ofreciendo respuestas más allá de lo material, pero no sin sombras que desdibujan su autenticidad. En muchos círculos espirituales, las heridas humanas se manifiestan de formas profundas: el rechazo, cubierto con máscaras de retirada; el abandono, disfrazado de dependencia; la humillación, que da lugar al masoquismo; la traición, que alimenta el control; y la injusticia, que endurece al rígido. Estas heridas no resueltas impactan las dinámicas espirituales, desviando a las personas de su verdadero camino hacia la sanación. Es aquí donde el autoconocimiento, impulsado por la metacognición, se presenta como un camino esencial par...